miércoles, 9 de septiembre de 2015

LOS DOS ÁRBOLES


Amada, mira en tu propio corazón,
El árbol sagrado crece allí;
Desde la alegría brotan las sagradas ramas,
Y todas las trémulas flores que sostienen.
Los colores cambiantes de sus frutas
Han salpicado a las estrellas de luz sagrada;
La firmeza de su raíz escondida
Se ha plantado tranquila en la noche;
El vaivén de su cabeza de hojas
Le ha dado a las olas su melodía.
Casados, mis labios y mi música,
Murmuran una mágica canción por ti.
Entonces los amores giran en círculo,
El círculo en llamas de nuestros días,
En espirales desde aquí para allá,
Sobre ignorantes caminos de hojas;
Recordando aquella cabellera suelta
Y el movimiento de tus sandalias aladas,
Tus ojos crecen plenos de tierno cuidado;
Amada, mira en tu propio corazón.

No mires de nuevo en el amargo espejo
Que los demonios de sutiles intenciones
Levantan delante de nosotros cuando pasan.
O solo míralo un poco.
Porque de allí una imagen fatal crece
Y la recibe la noche tormentosa,
De raíces semi escondidas en la nieve,
Ramas rotas y hojas ennegrecidas.
Porque todas las cosas se vuelven estériles
En el sombrío espejo que los demonios sostienen,
El espejo de la extenuación,
Creado mientras Dios dormía en tiempos antiguos.
Allí, a través de las quebradas ramas, van
Los cuervos del pensamiento constante;
Volando, chillando, de aquí para allá,
De crueles garras y garganta hambrienta,
Y allí se paran y olfatean el viento
Y sacuden sus arruinadas alas; “¡alas!”
Tus tiernos ojos crecen perversos:
No mires de nuevo en el amargo espejo.